martes, 23 de octubre de 2012

Examen profundo de nuestro corazón para provocar un Avivamiento


Cómo poner en marcha un avivamiento
Por Charles Finney
“…haced para vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia.” Óseas 10:12
Los judíos eran una nación de agricultores, y por esto es muy común en las Escrituras que se mencionen ilustraciones espirituales con tal ocupación, y escenas diarias que agricultores y pastores de ese entonces encontraron. El profeta Óseas les habló como quién le habla a una nación rebelde; les reprendió por su idolatría y les avisó de los juicios de Dios. En el primer discurso de esta serie, se les enseñó acerca de lo que no es un avivamiento, lo que es y cuáles son las agencias que pueden promoverlo. En el segundo, se les enseñó acerca de cuándo se necesita un avivamiento, de su importancia y de cuándo se puede tener expectación de que éste venga. El propósito en este tercer discurso es enseñar cómo poner en marcha un avivamiento.
Un avivamiento consiste de dos partes; primero en lo referente a la iglesia, y segundo en lo referente a los impíos. Este discurso se refiere al avivamiento en la iglesia.
El barbecho es la tierra que anteriormente se cultivaba, pero en el momento actual está en desuso y necesita laboreo y ablandamiento, para prepararla para la siembra. Ahora se va a relacionar y a enseñar, en cuanto al avivamiento en la iglesia:
1. ¿Qué quiere decir ‘barbechar’, en el contexto del versículo?
2. El cómo se debe cumplir.

1. ¿Qué es el hacer barbecho?
Barbechar es quebrantar los corazones de la humanidad, -preparando sus mentes para llevar fruto a Dios. La mente humana muchas veces se compara en la Biblia con la tierra, y la Palabra de Dios con la semilla echada allí. El fruto representa las acciones y voluntades de los que han recibido la semilla. Entonces, hacer barbecho quiere decir cambiar la mente a tal estado que ella esté dispuesta a recibir la Palabra. A veces los corazones se vuelven tan duros, secos y estériles que no se puede de ninguna manera cosechar frutos en los mismos hasta que se quebranten, se ablanden y cambien para recibir la Palabra de Dios. A este ablandamiento de corazón, para hacerlo sentir la verdad, le llama el profeta ‘hacer barbecho’.

2. ¿Cómo se hace el barbecho?
En el sentido espiritual, no se hace barbecho con esfuerzos carnales, tratando de sentir euforias. Algunos yerran en esto, no considerando bien las leyes que gobiernan la mente. Hay grandes ideas equivocados en cuanto a estas mismas leyes. Hay los que hablan de sentimientos religiosos como si pudieran, por su propio pensar, traerse a sí mismos aficiones religiosas. Pero la mente no actúa así. Nadie en sí mismo puede sentir buenas aficiones por el mero esfuerzo de la mente. No podemos alcanzar las reales emociones religiosas por nuestra propia voluntad. Sería igual a tratar de llamar a los espíritus del abismo. Las aficiones religiosas son estados involuntarios de la mente. Por naturaleza y necesidad existen las mismas en la mente, sintiéndose bajo ciertas circunstancias. Sin embargo, estas aficiones, sí, pueden controlarse indirectamente. Si no, no tuviésemos el carácter moral en las emociones, si no hubiera una manera de controlarlas.
En el sentido espiritual, no podemos decir, “Bueno, ahora voy a sentirme así y así, en cuanto a tal objeto.” Pero, sí, podemos prestar atención a tal objeto, y mirarlo fijamente, hasta que se levanten las aficiones involuntarias. Por ejemplo, un hombre alejado de su familia, al mencionarle algo acerca de sus amados, ¿no sentirá afectos? Pero no es solamente por decir, “voy a sentir afectos por mi familia.” [La diferencia está en fijarse en el objeto o en la sola emoción.] Uno puede fijar su atención en cualquier objeto, del cual quiere tener sentimientos, y entonces se restablecerán las debidas emociones. Si uno fija su mente en su enemigo, emociones de enemistad se levantarán por naturaleza. Igualmente, al fijarse en Dios, en Su carácter, uno sentirá algo especial…¡le vendrán emociones! Así es la ley de la mente—fijándose en algo, vendrán los sentimientos; no vendrán los mismos por desear tenerlos nada más.
Si un hombre es amigo de Dios, contempla a Dios como un Ser lleno de gracia y santo, y, como resultado, al reflexionar en Dios, vendrán a su mente emociones de amistad. Si un hombre es enemigo de Dios, al reflexionar acerca de él, le vendrán sentimientos de enemistad. O, quizá se quebrantará y se rendirá su corazón a Dios.
Todo esto se le dice al lector para hacerle comprender que el avivamiento no viene por fijarse en el tener excelentes emociones religiosas.
Si quieres hacer barbecho en tu corazón, y hacer que tu mente sienta algo en cuanto a la religión, tienes que poner en obra la ley de la mente. En vez de ocupar tu mente en cualquier otro asunto, (pensando que al asistir a unas reuniones tus sentimientos serán movidos, y que tú serás hecho santo), ponte en la búsqueda de la religión como lo haría cualquier otro pecador. Es tan fácil sentir en tu mente las emociones religiosas, igual que las que se sienten en cuanto a otros asuntos. Dios ha puesto tales estados de la mente en tu control—sigue la ley de las emociones, fijándote en el objeto, no en las emociones. Si la gente había pensado de igual modo en mover sus cuerpos, como piensan en mover sus emociones religiosas, ¡nadie hubiera podido llegar
a esta reunión para escuchar la predicación! Habría pensado que debía fijarse en el cómo se sentiría ir a la reunión, en vez de simplemente hacerlo.
Si realmente tienes ganas de hacer barbecho en tu corazón, tienes que empezar a escudriñarlo— examinando y notando el estado de tu mente. ¿Dónde estás espiritualmente? Parece que muchos no piensan en tal cuestión. No toman en cuenta sus propios corazones, nunca saben si están andando bien o no; si están avanzando o retrocediendo; si están dando frutos o están estériles, como tierra en desuso. Ahora mismo tienes que darte cuenta de esto, y poner a un lado tus demás pensamientos. Hazlo con sinceridad. No lo hagas por necesidad. Examina por completo el estado de tu corazón— ¿dónde estás? ¿Caminando al lado de Dios cada día o con el diablo? ¿Estás bajo el dominio del príncipe de las tinieblas o bajo el dominio del Señor Jesucristo?
Para cumplir este examen, tienes que ponerte al trabajo con propósito, considerando tus pecados. Tienes que escudriñarte a ti mismo. No digo que tienes que pararte y mirar el estado presente de tus sentimientos. Si haces esto, se van a parar todos tus sentimientos. Sería igual a un hombre que cierra sus ojos, y luego trata de mirar adentro de sí— ¡no verá nada! ¿Por qué? Porque ya no mira los objetos reales. Podemos estar conscientes de nuestros sentimientos si actuamos con naturalidad. Son el producto de las acciones.
La auto-examinación consiste en mirar nuestras vidas, dándonos cuenta de nuestras acciones y recordándonos de nuestros pecados, y así estaremos aprendiendo cómo es nuestro carácter actual. Mira tu pasado. Fíjate en tus pecados, uno a la vez. No digo que le des un vistazo rápido a tu pasado, viendo una vida llena de pecado, luego confesando todo de una manera general y liviana. Este no es el camino correcto. Debes considerar a tus pecados uno por uno. Sería bien listarlos en papel y tinta. Considéralos al igual como un negociante considerara sus libros de gastos. Y a cualquier momento que a tu mente llegue otro pecado, anótalo. Tus pecados los cometiste uno a la vez, y en cuánto puedas, debes considerarlos uno a la vez, arrepintiéndote igualmente. De esta manera se hace barbecho en tu mente.
Ahora vamos a empezar, fijándonos primeramente en los pecados comunes, los que se llaman ‘pecados de omisión’.

1. La ingratitud. Anota este título, por ejemplo, y bajo del mismo anota cada una de las ocasiones que puedas recordar en que recibiste favores de parte de Dios, en los cuales nunca le expresaste la gratitud a Él. ¿De cuántas veces puedes recordarte? Una destacada providencia o un maravilloso cambio de eventos que te salvó de la ruina, por ejemplos. Anota todas las ocasiones en que recibiste la bondad de Dios mientras vivías en pecado, antes de convertirte.
Luego, considera cómo la misericordia de Dios obraba tocante a tu conversión, de lo cual, tú nunca has tenido mucha gratitud. Además, debes sumar las numerosas misericordias recibidas anteriormente. ¡Tan grande sería la lista de todas esas misericordias, las cuales manifiestan tu ingratitud de tal manera que querrás cubrir tu cara en vergüenza! Ahora, arrodíllate, confesándolos uno a la vez y pidiéndole a Dios perdón. Al confesarlos, recordarás más ocasiones. Anota éstas igualmente. Repasa la lista tres o cuatro veces en tal manera, y te sorprenderá cuán gran cantidad de misericordias has pasado por alto sin darle a Dios gracias.

2. La falta de amor a Dios. Anota éste y fíjate en todas las ocasiones que puedas recordar en las que no diste a Dios el amor debido de todo corazón.
Piensa en cuánto te entristecería y te alarmarías al descubrir una reducción de amor para ti de parte tu esposa, marido o hijos; al ver que otra persona ahora recibe las preferencias debidas a ti. Quizás al ver lo mismo, ¡morirías de celo! Bueno, Dios se llamó a sí mismo un Dios celoso.
¿Has dado tus afectos a otra persona o a otras cosas? ¿Has sido una ramera, ofendiendo a Dios de esta manera?

3. Negligencia a la Palabra. Anota cada una de las veces—sea por días, quizás aun semanas o bien tal vez meses—el tiempo que no tuviste placer en leer la Palabra de Dios. Puede ser que no leíste ni siquiera un capítulo o si lo hiciste, estabas disgustado— lo cual es peor que no haberlo hecho. Muchas personas leen un capítulo de la Biblia de tal manera que al terminarlo, no pueden decir qué han leído. Con tan poca atención leen, que por la tarde del mismo día no recuerdan cual parte de la Biblia leyeron en la mañana si no le ponen un separador. Esto manifiesta que no guardaron en sus corazones lo que leyeron; no reflexionaron sobre el mismo. Si hubieran leído una novela, ¿no se hubieran recordado a donde terminaron de leer? El hecho de que se necesita de un separador para la Biblia, y sin embargo para la novela no, indica que leen la Biblia como un quehacer en lugar de leerla por el puro amor y reverencia. La Palabra de Dios debe ser la regla de tus deberes. ¿La lees con tan poca estima que no recuerdas lo que has leído? Si ésta es la realidad en ti, no es una maravilla que vivas tan desatinado y que tu religión sea un fracaso miserable.

4. La incredulidad. Anota además las ocasiones que de una manera indirecta has acusado al Dios de Verdad de mentir; acusándole así por tu incredulidad en cuanto a sus promesas y declaraciones. Dios ha prometido dar de su Espíritu Santo a los que se lo pidieran. ¿Has creído en esto? ¿Has creído realmente que él te responderá? ¿Has dicho indirectamente en tu corazón, cuando oras por recibir al Espíritu Santo: No creo que lo vaya a recibir? Si no has creído, ni esperado con expectación el recibir la bendición, la cual Dios ha prometido, entonces has acusado a Dios de mentir.

5. La negligencia en el orar. Anota también las ocasiones en que has omitido la oración privada, las oraciones familiares, los cultos de oración o has orado de tal manera que Dios se haya ofendido más que si no lo hubieras hecho.

6. La negligencia a los ‘medios de gracia’. O sea, cuando has permitido que una excusa nonada te impidiera asistir a las reuniones o cuando has negado y despreciado otros medios de salvación, a causa de tu propio disgusto sobre los deberes espirituales.

7. La manera apática de cumplir tus deberes: sin gusto, sin fe y con una mente mundana. Cuando tus palabras fueran iguales a las de una charla vacía de un necio, habladas de tal forma que Dios no las tomó en cuenta. O, cuando tus oraciones fueran nada más que una formalidad de arrodillarte, diciendo palabras sin sano sentimiento y descuidadamente— de tal manera que cinco minutos después, no pudiste recordar nada de tu propia oración. Si has actuado así, anótalo en la lista de tus pecados.

8. La falta de amor por las almas extraviadas. Mira a tus amigos y familiares y recuerda cuan poca compasión has sentido por ellos. Te has hecho a un lado, mirándolos entrar al infierno, y parece ser que no has tenido nada de preocupación por ellos. ¿Cuántos son los días en que no has llevado en ferviente oración su condición ante el Padre, ni has tenido ardientes deseos por su salvación?

9. La despreocupación por los paganos. Tal vez tienes tan poco amor por ellos que ni siquiera te preocupas de su condición, hasta aun no te interesas en las revistas misioneras. Fíjate en todo esto y date cuenta de cuan poco interés realmente tienes en los perdidos de tierras lejanas, y anota en tu lista de pecados el poco amor y la pequeña medida de tus deseos que realmente tienes en cuanto a ellos. Luego debes darte cuenta también de lo cuan poco que anhelas su salvación, dándote cuenta así de la poca abnegación que practicas en cuanto al compartir tus bienes materiales, para ayudar a la obra. ¿Usas cosas innecesarias, como el té, el café o el tabaco? ¿Vives más cómodo de lo que es necesario, de tal manera que nunca sufres un poco en la carne, por la salvación de otros?
¿Oras diariamente en tu aposento por los paganos? ¿Asistes a las reuniones misioneras? ¿Ayudas ofrendando para las misiones? Si tú no haces estas obras, y tu alma no agoniza por las almas entenebrecidas de los paganos, ¿por qué pretendes llamarte cristiano? ¡Tal profesión insulta a Jesús!

10. La negligencia en los deberes familiares. Si no has vivido de una manera justa, o no has orado por tu familia, o no has sido un buen ejemplo ante ella, anótalo en la lista de tus pecados. ¿Habitualmente haces esfuerzos por el bienestar espiritual de tu familia? ¿Te has negado a algún deber familiar?

11. La negligencia en los deberes sociales. ¿Has tratado descortésmente a alguien?

12. La negligencia en el cuidar de tu propia vida. Anota las veces en que has cumplido tus deberes personales con un espíritu de apuro, haciéndolo descuidadamente, sin fijarte en la voluntad de Dios. También, fíjate en las ocasiones cuando no te condujiste bien, comportándote descuidadamente, y así pecaste contra el mundo, la iglesia y contra Dios.

13. La negligencia en el cuidar de tus hermanos. ¡Cuantas veces has quebrantado tu promesa de cuidar a tus hermanos en el Señor! ¡Tan poco los cuidas y te preocupas de su estado espiritual! Pero, en verdad, según la Biblia, tienes un deber genuino en el velar por ellos. ¿Qué has hecho para poder conocer a los hermanos? ¿Cuánto te has interesado por su estado espiritual? Añádase a tu lista cada una de estas negligencias, contándose como grave pecado. ¿Cuantas veces has visto a un hermano que espiritualmente ha estado enfriándose, y no le hablaste nada para darle aviso de su peligro? Tal vez has visto a un hermano empezar a dejar a un lado uno y otro mandamiento bíblico; y tú no le reprendiste con amor fraternal. O quizás, a otros hermanos los has visto caer en pecado, y no has hecho nada para salvarlos. Mientras tanto, sigues diciendo que les amas. ¡Qué hipócrita! ¿Mirarías a tu esposa o hijo entrar la desgracia o a un incendio, sin decir nada? ¡No! Harías algo para avisarles del peligro. ¿Qué piensas de ti mismo, entonces, diciendo que amas a los hermanos y a Cristo, pero viéndolos caer en la desgracia, y tú no dices nada?

14. La negligencia en cuanto a la abnegación. Hay muchos que profesan ser cristianos que están dispuestos a hacer cualquier cosa religiosa, si la misma no requiriera abnegación. Si se presenta una oportunidad para hacer una obra, y la misma requiriera abnegación, dicen “¡Ay, es demasiado para mí!” Tales personas piensan que están haciendo mucho para Dios, y lo que ya hacen es el razonable límite de sus capacidades, pero lo que hacen realmente no les molesta en nada; y no tienen la voluntad de negarse ante cualquier comodidad ni conveniencia para el servicio del Señor. Tampoco tienen voluntad de sufrir reproche por el nombre de Cristo. Además, no quieren negarse a sí mismos del lujo de este mundo, para salvar a otros del infierno. Están tan alejados de la abnegación, que realmente no pueden recordar en qué consiste ella. Muy poco se han negado a sí mismos o a sí mismas, ni siquiera de un adorno para su vestido, por Cristo y el evangelio. ¡Oh, que pronto estarán tales en el infierno!
Algunos ofrecen a Dios de su abundancia y aumentan sus ofrendas, quejándose de los que no dan igual cantidad. Pero la verdad es que los mismos no han dado nada de lo que realmente necesitan, y esto ni siquiera les limitará sus planes y diversiones. Solamente han dado de sus riquezas excedentes; y una viuda que regala unos centavos se ha negado a sí misma más que ellos, aunque hayan regalado miles de dólares.

Los pecados de comisión
1. Amor a lo mundano. ¿Cómo está tu corazón en cuanto a tus posesiones? ¿Las consideras como tuyas, y que tienes el derecho de manejarlas según tu propia voluntad? Si has actuado así, anótalo en la lista de tus pecados. Si has amado lo material, y lo has buscado por motivo de tu codicia o con un espíritu mundano o para guardarlo para fomentar la codicia de tu familia, has pecado y necesitas arrepentirte.

2. El orgullo. Recuerda, cada vez que lo puedas hacer, de cuándo anduviste en el orgullo. La vanidad es una forma del orgullo. ¿Cuantas veces anduviste vanamente a causa de tu vestuario y tu apariencia personal? ¿Cuantas veces hiciste más hincapié en adornar tu cuerpo para ir a la iglesia, que en preparar tu mente para la adoración a Dios? Entonces, ¡has ido a “la casa del Señor” más preocupado por tu parecer delante de los hombres que por el parecer de tu alma delante de un Dios escudriñador! De hecho, lo que has hecho es exponerte a ti mismo para recibir la admiración, en lugar de prepararte para adorarle a Dios. Has llegado a la reunión para dividir la adoración y la atención del pueblo de Dios— causando a la gente mirar tu lindo parecer. Así que, es en vano pretender que no te importa en nada lo que piensa la gente. ¡Sé honesto! ¿Estarías tan preocupado con tu parecer si todo el mundo fuera ciego?

3. La envidia. Recuerda cada caso en el que tuviste envidia de los que son respetados, deseando ser tú. O, quizás, tuviste envidia de los que son más dotados o usados de lo que tú eres. ¿Has tenido tanta envidia que te dio dolor al escuchar a otro recibir elogios? Para ti, hubiera sido mejor el nombrar sus fallas que sus virtudes, y sus fracasos que sus éxitos. Sé honesto contigo, y si has dado lugar a este espíritu del infierno, arrepiéntete por completo ante Dios, porque no recibirás perdón en la eternidad si no te arrepientes acá en la tierra.

4 Un espíritu censurador. O sea, cuando tenías un espíritu amargo, y te mantenías hablando de otros cristianos de manera apática—sin la caridad, la cual siempre lo constriñe a uno a esperar por lo mejor en todo caso y a juzgar en la mejor forma posible.

5. La calumnia. Cuando has hablado mal secretamente acerca de alguien; de sus fallas, sean genuinas o imaginadas. O, has chismeado de los miembros de la iglesia o de otros, sin buena razón. Esto es calumnia. Para calumniar, no es necesario mentir, sólo necesitas decir la verdad con ganas de difamar a otra persona.

6. La liviandad. ¿Cuantas veces te has comportado con liviandad ante Dios, de la manera tal, que ni siquiera por un minuto actuarías así ante un soberano terrenal? Te has hecho tan hipócrita que más bien pareces un ateo o has olvidado que hay un Dios o tal vez has mostrado menos respeto por él y por su presencia que el que mostraras por un juez mundano.

7. El mentir. Entiéndase lo que es el mentir. Cualquier decepción intencional a favor del “yo” es mentira. Si la decepción fuera sin intención, no es mentira. Pero si querías decepcionar a otro, has mentido. Anota todos los casos que puedes recordar. No las llames por otro nombre, porque Dios las llama “mentiras”, y te acusará de mentir en el día final si no te arrepientes. Así debes acusarte a ti mismo ahora en la forma correcta.
Cuántas mentiras se dicen cada día en los negocios y en las charlas, con palabras y miradas o por hechos— con ganas de impresionar falsamente a otros, solamente por el egoísmo humano.

8. El engaño. Anota en tu lista de pecados todos los casos en que has tratado falsamente con alguien, haciéndole lo que no quisieras que otro te hubiera hecho a ti. Esto es el engaño. Dios nos ha dado una regla para tales circunstancias, diciendo; “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Lu. 6:31). Ésta es la regla, y si no la has cumplido eres engañador. Oye, la regla no es que hagas como esperas recibir, como se considera normal entre los hombres. Esto admite mucho más que la justicia de Dios. Pero la regla de oro dice “las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros…”

9. La hipocresía. Por ejemplo, considera tus oraciones y confesiones a Dios. Anota todos los casos en que has orado por algo que realmente no querías. Como evidencia de esto, después de orar no pudiste recordar lo que orabas. ¿Cuantas veces has confesado pecados que no querías dejar, ni tenías un firme propósito de no repetirlos? Sí, has confesado pecados cuando sabías bien que, después de confesarlos, pecarías otra vez con voluntad en lo mismo.

10. El robar a Dios. Esto quiere decir cuando has malgastado el tiempo, no ocupando las horas que Dios te dio para servirle y salvar las almas. En lugar de esto, las ocupaste en vanas diversiones, charlas necias o leyendo las novelas; o quizás, simplemente has estado viviendo desocupadamente. Anota también los casos en que no has aplicado bien tus habilidades y poderes mentales; cuando has malgastado el dinero en tus concupiscencias y deseos o en cosas innecesarias, las cuales no dan beneficio a tu salud, consuelo o bienestar. Quizás has comprado tabaco o alcohol. Espero que nadie que profesa ser cristiano tome alcohol, ni fume ese veneno sucio, el tabaco. ¡Imagínate, un cristiano envenenándose y malgastando el dinero que Dios le ha dado—en cigarrillos!

11. El enojo. Puede ser que has maltratado a tu mujer, hijos, familiares, criados o vecinos, abusando con tus palabras. ¡Anótalo todo!

12. El impedir a otros. O sea, cuando les has obstaculizado a otros para que no pudiesen ser usados en la obra de Dios. Esto se hace a través del chismear, debilitando la influencia de otros. No sólo has robado a Dios de sus dones para ti, sino que has atado las manos de otro también. ¡Qué siervo tan malo, que malgasta su propio tiempo, y a la vez, impide a los demás! Esto se ve en ocupar el tiempo de otros, y en el destruir la reputación de ellos. Así, has sido un siervo de Satanás, haciéndote ocioso e impidiendo a otros en su trabajo.
Ahora, si recuerdas haber pecado contra alguien, y puedes comunicarte con él, ve y confiésaselo inmediatamente, quitando esa ofensa de tu lista. Si la persona vive lejos, y no puedes hablarle, escríbele una carta, mandándola pronto. Si has engañado a otro en asuntos de dinero, devuélvelo, con intereses.
Sé completo en esto. Hazlo ahora. No demores; esto solamente lo hará peor y más difícil. Confiesa a Dios los pecados que has cometido contra él, y a los hombres confiésales los pecados que has cometido contra ellos. No trates de hacerlo más fácil pasando por alto lo difícil. Haz todo. Para barbechar, es necesario quitar todo obstáculo. Tú, quizás, tratarás de dejar “cosas pequeñas”, y después siempre tendrás menos del poder y gozo en tu religión; a razón de que tu mente orgullosa y carnal ha encubierto algo que Dios quiere que confieses y quites de tu vida. No te desalientes, tampoco pases por alto de las dificultades: guía el arado directamente y hazlo penetrar profundo, para que la tierra sea ablandada y preparada para recibir la semilla, y después pueda dar fruto a ciento por uno.
Después de revisar así toda tu historia por completo, si la revisas otra vez, con la misma seriedad y constancia, encontrarás más de los mismos pecados que encontraste en el primero paseo. Luego, dando un tercer paseo (igual que un agricultor da dos o tres pasos con el arado en el campo) hallarás aun más, las memorias de las primeras anotaciones trayéndote otras memorias, de pecados olvidados. Después de hacer barbecho de esta manera, te darás cuenta que has recordado mucho más de tu vida, con sus pecados particulares, de lo que pensabas era posible. Pero si no te das cuenta de tus pecados de tal manera, considerándolos detalladamente uno a la vez, no podrás formar en tu mente una imagen real de su gran cantidad. Debes revisar tu vida exactamente como lo harías en la preparación para el juicio final.
Mientras revisas la lista de tus pecados, arrepiéntete inmediata y completamente. Al hallar algo malo en tu vida, resuélvelo pronto, y por la gracia de Dios no debes pecar más en lo mismo. No te sirve nada examinarte, si no has determinado corregir cada asunto malo en tu corazón, actitud o conducta.
De igual modo, mientras haces barbecho, si encuentras que tu mente está todavía oscurecida, busca más intensamente y encontrarás la razón de por qué el Espíritu se ha apartado de ti—no has sido fiel y completo en hacer barbecho. Haciendo este trabajo, debes tratarte a ti mismo “con violencia” (Mateo 11:12), ocupando tu mente racional, con la Biblia frente a ti, abierta; examinando tu propio corazón, hasta sentir la presencia de Dios en este lugar. No esperes que Dios haga un milagro, barbechando para ti. Tú mismo tienes que hacerlo, por el medio que él nos ha dado. Fíjate en tus pecados. No te podrás fijar en tus pecados por mucho tiempo, sin sentir profundamente lo tan horrible que realmente son éstos. Las experiencias de otros cristianos han dado prueba de los buenos beneficios de este método de revisión. Entonces, emprende el trabajo, ¡ahora! Con ganas de no parar hasta poder gozar de la comunión íntima con Dios. No tendrás el espíritu de oración hasta que te examines, confieses tus pecados y hagas el barbecho. No tendrás al Espíritu Santo como habitante en tu vida hasta que hayas expuesto todas tus iniquidades ante Dios. Permite que este trabajo sea una profunda obra de arrepentimiento y confesión, y tendrás un espíritu de oración tan abundante que tu cuerpo casi no lo aguantará. La razón de que tan pocos cristianos saben del verdadero espíritu de oración es porque no se han examinado a sí mismos por completo, y por esto no saben que es tener sus corazones quebrantados.
Puedes ver que en este mensaje, sólo se ha tocado este tema superficialmente. Se quiere continuar con el tema en otros mensajes, para que puedas aprovechar el beneficio de hacer el barbecho, igual que un agricultor haría arando un campo nuevo para ablandarlo y luego sembrar la semilla en el mismo. Así pasará contigo si sigues en el camino ya señalado, sin parar hasta que se quebrante tu endurecido corazón.

Observaciones
1. No servirá de nada predicarte sobre otros temas mientras tu corazón esté duro. Sería igual a un agricultor que siembra entre las piedras: no producirá fruto. Por esta razón hay tantos “cristianos” infructuosos en la iglesia, y de igual modo, mucha maquinaria con poca realidad. Por ejemplo, en las escuelas dominicales hay mucha maquinaria, con poco del poder de la piedad. Si tú sigues en tu propio camino sin arrepentirte, el escuchar más mensajes solamente endurecerá más tu corazón, y tu vida andará de mal en peor, igual como un campo vacío llega a ser inútil.

2. Por la misma razón, muchas predicaciones se dan en vano; la iglesia no quiere hacer barbecho en su vida. Un predicador puede invertir toda su vida predicando, sin lograr nada, si los oyentes se quedan como los pedregales, no realizando el barbecho. Solamente son “convertidos a medios”, pues han cambiado su opinión nada más, y no sus corazones. Hay bastante de esta religión formal, pero ¡cuán poco de la que parece ser una profunda obra en el corazón!

3. Los que proclaman a Cristo nunca deben sentirse satisfechos solo con el hecho de despertarse de su sueño, luego salir a la calle un rato para hacer bulla y hablar a los Discursos sobre el avivamiento pecadores. Hay que ablandar la tierra; hay que hacer el barbecho. No tiene razón el tratar de experimentar la religión de otro modo. Pero si has barbechado, ya puedes tener la verdadera satisfacción de salir a la calle, hablando a los pecadores que van rumbo al infierno. Esto te traerá la satisfacción verdadera. Puede ser que tendrás emociones excitadas sin hacer barbecho, y quizás mostrarás un gran celo; pero éstos no durarán, ni alcanzarás a los pecadores si no hubieres hecho barbecho en tu vida. ¿Por qué? ¡Porque no has hecho barbecho en tu propio corazón! ¿Cómo puedes enseñar a otro lo que no has experimentado?
Bueno, para terminar este mensaje se hace la pregunta, ¿vas a hacer barbecho en tu vida? ¿Vas a emprender la senda señalada y seguirla hasta que hayas despertado por completo? Si no lo haces, no vale la pena escuchar más mensajes. Tienes que hacerlo por completo. Si no, escuchar más mensajes solamente te endurecerá; tu condición espiritual empeorará. Si vas a escuchar otro mensaje sin hacer barbecho, la semilla de la Palabra no nacerá en ti. Si no empiezas a hacer barbecho inmediatamente, creo que realmente no quieres el avivamiento y has dejado a Cristo; no tienes arrepentimiento, tampoco las primeras obras